jueves, 12 de julio de 2012

Sobre la Tumba de Poe


Por Stephane Mallarmé
 El poeta en El mismo al fin cual lo convierte
la eternidad, suscita con una espada armado
a su siglo que tiembla por haber ignorado
en esta voz extraña el triunfo de la muerte.

De la Hidra el escándalo antiguo, de que acierte
a dar lengua más pura el ángel al poblado,
vil proclamó por ellos a gritos el pecado
que un brebaje sombrío al sortilegio vierte.

Si nuestra idea hostil a la nube y al suelo
con ambos en la tumba de Poe no esculpe, oh, duelo,
y en un bajorrelieve guirnaldas no coloca,
granito aquí clavado por un desastre obscuro,
de la Blasfemia al menos que un límite esta roca
marque a los vuelos negros sueltos en el futuro.

domingo, 10 de junio de 2012

Espíritus de Los Muertos.







Espíritus de Los Muertos.

Tu alma, con sus sombríos pensamientos,
Se hallará sola en la siniestra tumba.
Nadie querrá saber lo que en secreto
Tu corazón y tu conciencia ocultan.

Sé silencioso en soledad tan grande,
Que no es tal soledad, pues te circundaban,
Los espíritus todos de la muerte,
Que ya en vida rondaban en tu busca.
Ellos querrán ensombrecerte el alma
Con sus negros arcanos y sus dudas.
Sé silencioso en soledad tan grande;
Cierra los labios cual la misma tumba,

Y la noche, aunque clara y luminosa,
Se tornará de pronto en cueva oscura;
Desde sus altos tronos las estrellas
No alumbrarán tu soledad adusta.
Mas sus rojizos globos sin fulgores
Han de ser a tu tedio y a tu angustia
Como incendio voraz, cual una fiebre
de los que la libre no has de verte nunca

No podrás desechar los pensamientos
Ni las visiones que tu mente turban,
Y que antes en tu espíritu dejaban
la huella del rocío en la llanura.

La brisa, que de Dios el puro aliento,
Soplará en torno de la helada tumba,
Y en la colina tenderá su velo
La niebla vaporosa y taciturna.
Las tinieblas, las sombras invioladas
Símbolo y prenda son; hablan y auguran.
Sobre las altas copas de los árboles
Tiende el misterio su cerrada túnica.

Edgar Allan Poe



El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra

 


martes, 5 de junio de 2012

EDGAR ALLAN POE J.E. Cirlot

EDGAR ALLAN POE
J.E. Cirlot

La muerte fue tu voz, tu inteligencia,
tu modo de asumirte en la pasión,
tu modo de sentir y la oración
con que cruzaste valles de demencia.

Vivido por la muerte en la carencia
del humo y el fulgor de la ilusión,
tu sueño fue matar tu corazón
convertido en principio de la ausencia.

Eras el prisionero encendimiento,
lo escarlata que llora en la violeta,
creciendo en territorios del horror.

Cuando yacías ya sin pensamiento
todavía gemía tu secreta
llama llena de muerte en el amor.
****

viernes, 2 de marzo de 2012

Silencio


Silencio
[Fábula. Texto completo]
Edgar Allan Poe

ΕÞδουσιν δ’ όρκων κορυφαˆ τε καˆ φαράγες
Πρώονες τε καˆ χαράδραι

Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos
y las grutas están en silencio.
(Alcmán [60(10),646])

Escúchame -dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.

Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.

Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.

Y de improviso levantóse la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la roca era gris. En su faz había caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no pude descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACIÓN.

Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad, porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo.

Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.

Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.

Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.

Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.

Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer, en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.

FIN

Traducción de Julio Cortázar

martes, 14 de febrero de 2012

FRASES..POE


Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche.

Desde mi hora más tierna no he sido como otros fueron,
no he percibido como otros vieron,
no pude extraer del mismo arroyo mi placer,
ni de la misma fuente ha brotado mi desconsuelo;
no he logrado hacer vibrar mi corazón al mismo tono y si algo he amado
lo he amado solo…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Marginalia

Marginalia

Por Edgar Allan Poe

IX

Un vigoroso argumento en favor del cristianismo es el siguiente: los pecados contra la Caridad son probablemente los únicos que, en su lecho de muerte, los hombres llegan a sentir —y no meramente a comprender —como crímenes.

XIII

Infinidad de errores se abren camino en nuestra filosofía por la costumbre del hombre de considerarse tan sólo ciudadano del mundo —de un planeta individual— en vez de contemplar ocasionalmente su posición como cosmopolita, como habitante del universo.

XXI

¿Qué puede ser más tranquilizador para el orgullo y la conciencia de un hombre, que la convicción de que al vengarse de sus enemigos por la injusticia cometida con él, no tiene más que responder haciéndoles justicia?

XXXV

En el cuento propiamente dicho —donde no hay espacio para desarrollar caracteres o para una gran profusión y variedad incidental—, la mera construcción se requiere mucho más imperiosamente que en la novela. En esta última, una trama defectuosa puede escapar a la observación, cosa que jamás ocurrirá en un cuento. Empero, la mayoría de nuestros cuentistas desdeñan la distinción. Parecen empezar sus relatos sin saber cómo van a terminar; y, por lo general, sus finales —como otros tantos gobiernos de Trínculo—, parecen haber olvidado sus comienzos.

XXXVII

Mozart dijo en su lecho de muerte que "empezaba a ver lo que podía hacerse en música". Cabe esperar que De Meyer y el resto de los espasmódicos empiecen eventualmente a comprender lo que no puede hacerse en esta rama particular de las bellas artes.

XLI

Si a algún hombre ambicioso se le ocurriera revolucionar, con un solo esfuerzo, el mundo del pensamiento humano, de la opinión humana y del humano sentimiento, la oportunidad está al alcance de su mano; el camino del renombre inmortal es directo y se abre sin obstáculos a sus pies. Todo lo que ha de hacer es escribir y publicar un librito. Su título será sencillo, unas pocas y llanas palabras: "Mi corazón al desnudo". Pero este librito deberá ser fiel a su título.Ahora bien, ¿no es muy singular que con la rabiosa sed de notoriedad que distingue a tantos humanos, a tantos a quienes se les importa un ardite lo que se piense de ellos después de muertos, no sea posible encontrar uno solo lo bastante temerario como para escribir este librito? Digo: escribir. Hay diez mil hombres que una vez escrito el libro, se reirían a la sola idea de que su publicación pudiera molestarlos en vida, y que ni siquiera concebirían por qué su publicación póstuma habría de ser vedada. Pero escribirlo... ahí está la cosa. Nadie se atreve a escribirlo. Nadie se atreverá. Nadie podría escribirlo, aunque se atreviera. El papel se arrugaría y ardería a cada toque de la ígnea pluma.

XLII

Todo lo que el hombre de genio demanda para exaltarse es materia espiritual en movimiento. No le interesa hacia dónde tiende el movimiento —sea a su favor o en contra—, y la materia en sí carece por completo de importancia.

XLIII

Para conversar bien necesitamos el frío tacto del talento; para disertar bien, el brillante abandon del genio. Empero, los hombres de altísimo genio disertan a veces muy bien y a veces muy mal; bien, cuando tienen tiempo sobrado, amplio campo y un oyente comprensivo; mal, cuando temen las interrupciones y los fastidia la imposibilidad de agotar el tema en una conversación. El genio parcial es intermitente, fragmentario. El auténtico genio tiembla ante lo incompleto, la imperfección y, por lo regular, prefiere el silencio antes de decir aquello que no es todo lo que debería decirse. Está tan colmado por su tema que se queda callado, primero por no saber cómo empezar, allí donde parece haber eternamente un comienzo detrás de otro, y segundo, al percibir que su verdadero fin se halla a distancia tan infinita. A veces, abordando una cuestión, se equivoca, vacila, se interrumpe, se apresura, y como ha sido arrollado por la rapidez y la multiplicidad de sus pensamientos, sus oyentes sonríen irónicamente ante su inhabilidad para pensar. Un hombre tal se halla en su elemento en esas "grandes ocasiones" que confunden y humillan el intelecto medio.De todos modos, la influencia del conversador sobre la humanidad, mediante su conversación, es más marcada que la del disertante con su disertación; este último diserta invariablemente mejor con la pluma. Y los buenos conversadores son más raros que los disertantes respetables. De estos últimos conozco muchos, pera sólo cinco o seis de los primeros, entre los cuales recuerdo en este momento a Mr. Willis, Mr. J. T. S. Sullivan, de Filadelfia; Mr. W. M. R., de Petersburg, Va., y la señora S...d, en un tiempo en Nueva York. La mayoría de los conversadores nos inducen a maldecir nuestra estrella por no habernos hecho nacer en el pueblo, africano mencionado por Eudoux, el de aquellos salvajes que, por carecer de boca no la abrían jamás, naturalmente. Y, sin embargo, si a ciertas personas que conozco lse faltara la boca, se las arreglarían para charlarlo mismo..., tal como lo hacen hoy: por la nariz.

XLVIII

"Esa sonrisa dulce y serena, esa sonrisa que sólo puede verse en el rostro de los moribundos y los muertos" (Bulwer Lytton, Ernest Maltravers).Bulwer no es hombre de mirar los hechos cara a cara. Prefiere sentimentalizar sobre un error grosero aunque pintoresco. ¿Quién ha visto, en realidad, otra cosa que el horror en la sonrisa de los muertos?. Pero deseamos ardientemente imaginarla "dulce", y ésa es la fuente del engaño si es que en el fondo hay engaño.

LVII

Creo que los olores poseen una fuerza sumamente peculiar, afectándonos mediante la asociación; su fuerza difiere esencialmente de la de los objetos que apelan al tacto, el sabor, la vista o el oído.

LXXII

Ver con claridad la maquinaria —las ruedas y engranajes— de una obra de arte es, fuera de toda duda, un placer, pero un placer que sólo podemos gozar en la medida de que no gozamos del legítimo efecto a que aspira el artista. Y, de hecho, con demasiada frecuencia sucede que toda reflexión analítica sobre el arte equivale a reflejar a la manera de los espejos del templo de Esmirna, que representan deformadas las más bellas imágenes .

LXXXIII

Me he entretenido a veces tratando de imaginar cual sería el destino de un individuo dueño (o más bien víctima) de un intelecto muy superior a los de su raza. Naturalmente tendría conciencia de su superioridad, y no podría impedirse (si estuviera constituido en todo lo demás como un hombre) de manifestar esa conciencia. Así se haría de enemigos en todas partes. Y como su opiniones y especulaciones diferirían ampliamente de las de toda la humanidad, no cabe duda de que lo considerarían loco. ¡Cuán horrible resultaría semejante condición! El Infierno es incapaz de inventar una tortura peor que la de ser acusado de debilidad anormal por el hecho de ser anormalmente fuerte.De la misma manera es evidente que un espíritu muy generoso, —que sintiera de verdad lo que todos fingen sentir— debería ser mal juzgado en todas partes, y mal interpretados sus motivos. Así, como el colmo de la inteligencia sería considerado fatuidad, así el exceso de caballerosidad no dejaría de ser entendido como bajeza en último grado; y lo mismo todas las virtudes restantes. Que ciertos hombres hayan sobrepasado el nivel de su raza es cosa de la que apenas cabe dudar; pero al buscar en la historia las huellas, de su existencia deberíamos dejar de lado las biografías de los "buenos y los grandes" mientras examinamos cuidadosamente los escasos datos sobre ciertos miserables que murieron en la cárcel, el manicomio o el patíbulo.

LXXXV

Tengo ante mí un libro cuyo rasgo más notable es la pertinacia con la cual "Monarca" y "Rey" aparecen escritos con mayúscula. Parece ser que el autor ha sido presentado recientemente a la corte. Presumo que en el futuro empleará la d minúscula toda vez que le toque infortunadamente hablar de su Dios.

XCV

"El artista pertenece a su obra, no la obra al artista" (Novalis). En nueve casos sobre diez, tratar de extraer sentido de un apotegma alemán es perder el tiempo; a decir verdad, se puede extraer cualquiera y todos los sentidos. Si en la frase citada se intenta afirmar que el artista es esclavo de su tema y debe conformarlo a sus pensamientos, no me atrae la idea, que en mi opinión nace de un intelecto esencialmente prosaico. En manos del artista auténtico, el tema, la "obra" no es sino una masa de arcilla, con la cual —según el tamaño de la masa y la calidad de la arcilla— puede de hacerse cualquier cosa a voluntad o de acuerdo con la habilidad del artesano. La arcilla, pues, es el esclavo del artista. Le pertenece. Claro está que el genio de éste se manifiesta claramente en la elección de la arcilla. No debe ser ni fina ni gruesa, en teoría, sino lo bastante fina o gruesa, lo bastante plástica o rígida, como para servir mejor a los fines de la cosa a crear, de la idea a realizar, o, más exactamente, de la impresión a producir. Hay artistas, empero, a quienes sólo agrada el material más fino, y que por tanto sólo producen los vasos más finos. Por lo regular son muy transparentes y excesivamente frágiles.

XCVI

Dígase a un pillo, tres o cuatro veces al día, que es el colmo de la probidad, y se conseguirá por lo menos que sea, voluntariamente, de una perfecta "respetabilidad". Por otra parte acúsese obstinadamente a un hombre honorable de ser un pillo, y se lo llenará del perverso deseo de mostrar que la acusación no es enteramente infundada.

XCVII

Los romanos adoraban sus estandartes, y el estandarte romano era un águila. El nuestro vale tan sólo un décimo de águila —un dólar—, pero nos arreglamos para equipararlo adornándolo con decuplicada devoción.

CLXXX

La enorme multiplicación de libros en cualquier rama del conocimiento es uno de los grandes males de la época, puesto que constituye uno de los mayores obstáculos a la adquisición de informaciones correctas, poniendo en el camino del lector enormes pilas de trastos, entre los cuales debe abrirse camino a tientas, en busca de fragmentos útiles diseminados aquí y allá.

CLXXXVIII

El carterista común hurta una cartera y la cosa acaba ahí. Jamás irá a jactarse abiertamente de haberla robado, ni someterá a la persona agraviada a la acusación de ser ella quien ha cometido él robo. Por eso resulta mucho menos odioso que el ladrón de bienes literarios. Nos parece imposible imaginar espectáculo más repugnante que el del plagiario que se pasea entre los hombres con aire arrogante y que siente latir orgullosamente su corazón ante los aplausos que, en su conciencia, sabe que corresponden a otro. La pureza, la nobleza, la espiritualidad de la justa fama y su contraste con la grosera vulgaridad del robo muestran el pecado de plagio bajo su luz más detestable. Horroriza descubrir en un mismo pecho la sed exaltadora de la fama y la degradante propensión al robo. Tal anomalía, tal discordancia ofenden groseramente.

CCIV

Los swedemborgianos me informan haber descubierto que todo lo dicho por mí en un artículo titulado Revelación mesmérica es absolutamente verdadero, si bien al principio se sentían inclinados a dudar de mi veracidad de la cual, en este caso particular, yo hubiera sido el primero en dudar, puesto que la historia es una pura ficción del principio al in.

CCXI

El lema de los Estados Unidos, E pluribus unum, comporta quizá una astuta alusión a la definición que dio Pitágoras de la belleza: la reducción de lo plural a lo uno.

domingo, 16 de octubre de 2011

Lucero vespertino

Lucero vespertino

Ocurrió una medianoche
a mediados de verano;
lucían pálidas estrellas
tras el potente halo
de una luna clara y fría
que iluminaba las olas
rodeada de planetas,
esclavos de su señora.
Detuve mi mirada
en su sonrisa helada
-demasiado helada para mí-;
una nube le puso un velo
de lanudo terciopelo
y entonces me fijé en ti.
Lucero orgulloso,
remoto, glorioso,
yo siempre tu brillo preferí;
pues mi alma jalea
la orgullosa tarea
que cumples de la noche a la mañana,
y admiro más, desde luego,
tu lejanísimo fuego
que esa otra luz, más fría, más cercana.

EDGAR ALLAN POE