martes, 31 de mayo de 2011

FINAL DEL RECORRIDO....





Mi agradecimiento a mis sobrinos Ray y Cindy por hacer realidad mi sueno de visitar la casa museo de uno de los mejores de la literatura americana. Gracias.

En el más verde de los valles
que habitan ángeles benéficos,
erguíase un palacio lleno
de majestad y hermosura.
¡Dominio del rey Pensamiento,
allí se alzaba!
Y nunca un serafín batió sus alas
sobre cosa tan bella.
 
Amarillos pendones, sobre el techo
flotaban, áureos y gloriosos
(todo eso fue hace mucho,
en los más viejos tiempos);
y con la brisa que jugaba
en tan gozosos días,
por las almenas se expandía
una fragancia alada.
 
Y los que erraban en el valle,
por dos ventanas luminosas
a los espíritus veían
danzar al ritmo de laúdes,
en torno al trono donde
(¡porfirogéneto!)
envuelto en merecida pompa,
sentábase el señor del reino.
 
Y de rubíes y de perlas
era la puerta del palacio,
de donde como un río fluían,
fluían centelleando,
los Ecos, de gentil tarea:
la de cantar con altas voces
el genio y el ingenio
de su rey soberano.
 
Mas criaturas malignas invadieron,
vestidas de tristeza, aquel dominio.
(¡Ah, duelo y luto! ¡Nunca más
nacerá otra alborada!)
Y en torno del palacio, la hermosura
que antaño florecía entre rubores,
es sólo una olvidada historia
sepulta en viejos tiempos.
 
Y los viajeros, desde el valle,
por las ventanas ahora rojas,
ven vastas formas que se mueven
en fantasmales discordancias,
mientras, cual espectral torrente,
por la pálida puerta
sale una horrenda multitud que ríe...
pues la sonrisa ha muerto.

lunes, 30 de mayo de 2011

BALTIMORE






BALTIMORE EN LA EPOCA DE EDGAR ALLAN POE
SUS DESARROLLOS HOY EN DIA




HORA DE COMER JAJAJA

domingo, 29 de mayo de 2011

POESIA

Las enramadas donde veo
en sueños, las más variadas
aves cantoras, son labios y son
tus musicales palabras susurradas.

Tus ojos, entronizados en el cielo,
caen al fin desesperadamente
¡oh Dios!, en mi funérea mente
como luz de estrellas sobre un velo.

Oh, tu corazón... suspiro al despertar
y duermo para soñar hasta que raya el día
en la verdad que el oro jamás podrá comprar
y en las bagatelas que sí podría.


EDGAR ALLAN POE

En mis sueños donde las aves cantan,
melodías de amor,
que susurran  y los labios besan.

Y en el cielo ungido veo brillar,
los luceros de tus ojos,
que en mi mente febril,
se reflejan.
En mis despertares,
te entrego mis suspiros,
que en mis sueños,
y en mi realidad,
no hay tesoro comparado,
a tu corazón,
que ni el oro y menos las miserias,
podrían comprar
el amor que por ti siento.
TIBISAY

lunes, 23 de mayo de 2011

El Túnel del tiempo

LA TOSTADORA DE POE

En 1949, 100 años después de la muerte del escritor prolífico, una figura vestida de negro apareció en la tumba de Edgar Allan Poe en Baltimore en la fecha de cumpleaños del escritor. La cifra, apodada más tarde como el “tostadora de Poe”, planteó un vaso de coñac en homenaje al poeta muerto y procedió a dejar tres rosas rojas y media botella de coñac en la tumba de Edgar Allan Poe.Este fue el comienzo de un tributo anual a Edgar Allan Poe, que ha continuado desde entonces.


Poco se sabe acerca de la identidad de la tostadora de Poe. La cifra es un hombre, vestido de negro y lleva un bastón con punta de plata.La tostadora de Poe siempre se muestra en la madrugada del aniversario de Edgar Allan Poe y realiza siempre el mismo ritual. Mientras que esto se ha señalado en numerosas ocasiones, la tostadora de Poe es raramente fotografiado y a menudo es permitido llevar a cabo su homenaje inalterado.


Además de emitir las tres rosas y licor, en alguna ocasión la tostadora de Poe ha dejado notas expresando sentimientos diferentes.Algunos han sido simples homenajes a Edgar Allan Poe, pero en 1999 fue dejada a una nota indicando que la tostadora original de Poe había fallecido el año anterior y que la tradición seguiría a modo de “un hijo”. La tostadora de Poe nuevos ha causado controversia entre los seguidores del evento, debido en parte porque las notas que dejó en los años subsiguientes declaró opiniones controvertidas. En 2006, debido a estas declaraciones, un grupo de aficionados enojados intentó sin éxito acosó la tostadora de Poe como hizo su tributo anual.


La polémica continuó durante la identidad de la tostadora de Poe en agosto de 2007, cuando Sam Porpora, historiador de la Iglesia de Westminster y cementerios donde está enterrado Edgar Allan Poe, reclamó que él inició la tradición de la tostadora de Poe en 1967. A pesar de la reclamación de Sam Porpora, la primera mención de periódico de la tostadora de Poe se remonta a 1950 y refuta su declaración. La Edgar Allan Poe Society renunció a la afirmación del historiador, y poco se dice de su historia.


Para los próximos dos años, asistencia en el evento de Poe tostadora aumentaron, de acuerdo a la sociedad de Edgar Allan Poe.La sociedad no sólo conserva la memoria de Edgar Allan Poe, sino que tiene en su poder varios de los regalos dejados por el misterioso tostadora de Poe, cuya identidad sigue siendo un misterio.El 200 aniversario del nacimiento de Edgar Allan Poe se caracterizó en 2009.A pesar de la ocasión de hito, la tostadora de Poe no dejó una nota, pero continuó la tradición dejando tres rosas y una botella de coñac en la tumba.
¿Por qué tres rosas?
¿Por qué una botella medio vacía de coñac? 
¿Qué tipo de coñac
Las tres rosas representan Poe, Virginia y María",  El coñac, es simplemente una de las favoritas de la tostadora. Es Martell. En cuanto a su identidad, creemos que ha habido dos tostadoras, tal vez un hijo lleva en la tradición de su padre."

Poe primero estuvo enterado en el patio en su casa



Luego sus restos pasaron al cementerio de Westminster

sábado, 21 de mayo de 2011

UNA FRASE Y UN POEMA

Era una rosa muy bella que se seco por falta de amor
se veia muy triste y sola hasta que se encontro a su principe azul se izo una rosa roja y bonita

EDGAR ALLAN POE


Rosa hermosa
sangre de mis manos
sus espinas sacan
y sus fantasmas
lacios sus petalos
mi sangre secan...


Angel Saguar


20/05/2011

SOLO

jueves, 19 de mayo de 2011

EL FANTASMA DE LA CASA

El Museo Edgar Allan Poe en realidad está ubicado en la casa que residió en durante su vida. Fue construida a la vuelta de la campaña de 1830. Hoy en día, la casa es un museo dedicado a su trágica vida y escritos fascinante. Sin embargo, parece que hay mucho más en la casa que sólo los restos de la vida de Poe. Las personas que trabajan en el museo y otros que han visitado la casa sienten que hay

un alto nivel de actividad paranormal en la estructura. Sin embargo, no se cree que Poe sea realmente inquietante la casa - que parece ser otros espíritus. Muchas personas han declarado que una señora mayor frecuenta el Edgar Allan Poe House Museum. Este espíritu femenino parece ser el período de la década de 1800. Ella no parece estar enojada, o fuera a "asustar" a nadie. Como cuestión de hecho, la mayoría de los cazadores de fantasmas creer que ella es simplemente una inquietante residuales, o una "energía" que persiste en la estructura del pasado. Sin embargo, no parece ser más bien un espíritu inteligente, que ha causado estragos en el pequeño museo. Un ejemplo de los problemas de este espíritu causado fue cuando una señora estaba cambiando en una habitación y una ventana cayó bruscamente sin causa aparente.

Muchas personas en la casa de Poe se han sentido como si hubieran sido tocados físicamente sólo para descubrir que no hay nadie. Muchos se han sentido, de primera mano, el frío y la brisa del frío - incluso en el más cálido de día Baltimore! Voces para el que no hay una explicación también se han escuchado en el museo. Puertas y ventanas de apertura y cierre, y el sonido de pasos y golpes a menudo se puede escuchar a través de varios lugares de esta estructura. Si usted está buscando para visitar una casa embrujada, esto puede ser una gran opción, pero es mejor ir en el cumpleaños de Poe.

Y sin ser el cumpleaños miren esas fotos que al mirarla miedo me dio.



País de hadas

País de hadas

VALLES de sombra y aguas apagadas
y bosques como nubes,
que ocultan su contorno
en un fluir de lágrimas.
Allí crecen y menguan unas enormes lunas,
una vez y otra vez, a cada instante,
en canto que la noche se desliza,
y avanzan siempre, inquietas,
y apagan el temblor de los luceros
con el aliento de su rostro blanco.
Cuando el reloj lunar señala medianoche,
una luna más fina y transparente
desciende, poco a poco,
con el centro en la cumbre
de una sierra elevada,
y de su vasto disco
se deslizan los velos dulcemente
sobre aldeas y estancias,
por doquier; sobre extrañas
florestas, sobre el mar
y sobre los espíritus que vuelan
y las cosas dormidas:
y todo lo sepultan
en un gran laberinto luminoso.
¡Ah, entonces! ¡Qué profunda
es la pasión que ponen en su sueño!
Despiertan con el día,
y sus lienzos de luna
se ciernen ya en el cielo,
con inquietas borrascas,
y a todo se parecen: más que nada
semejan un albatros amarillo.
Y aquella luna no les sirve nunca
para lo mismo: en tienda
se trocará otra vez, extravagante.
Pero ya sus pedazos pequeñitos
se tornan leve lluvia,
y aquellas mariposas de la Tierra
que vuelan, afanosas del celaje,
y bajan nuevamente,
sin contentarse nunca,
nos traen una muestra,
prendida de sus alas temblorosas.

miércoles, 18 de mayo de 2011

FRASES DE EDGAR ALLAN POE

Mi amor... mi fe... instilará en tu pecho una calma preternatural. Descansarás por el cuidado... te pondrás mejor... y si no, Helen, si murieras.... entonces al menos aferraría yo tu mano querida en la muerte, y gustosamente... oh, alegremente, descendería contigo a la noche de la tumba.
Edgar Allan Poe

Era una rosa muy bella que se seco por falta de amor
se veía muy triste y sola hasta que se encontró a su príncipe azul se izo una rosa roja y bonita
Edgar Poe

Los pioneros y misioneros de la religión han sido la causa real de más conflictos y guerras que todas las demás clases de la humanidad.
Edgar Allan Poe
La nariz de una multitud es su imaginación. Por ella, en cualquier momento, puede guiársela serenamente.
Edgar Allan Poe

La enorme multiplicación de libros, de todas las ramas del conocimiento, es uno de los mayores males de nuestra época.
Edgar Allan Poe

Quisiera ser pensamiento,
para estar dentro de ti,
y saber qué piensas,
cuando estoy lejos de ti
Edgar

Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche.
Edgar Allan Poe

Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño

martes, 17 de mayo de 2011

DE TODOS CUANTOS ANHELAN TU PRESENCIA

De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana,
De todos cuantos padecen tu ausencia como una noche,
Como el destierro inapelable del sol sagrado
Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo,
Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada
En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre...
De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío
De la desesperanza, se han incorporado de pronto
Al oírte susurrar con dulzura: "¡Que haya luz!",
Al oírte susurrar esas palabras acentuadas
Por el sereno brillo de tus ojos...
De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud
Raya la veneración, recuerda, oh, no olvides nunca
A tu devoto más ferviente, al más incondicional,
Y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él,
Ese que ahora, al escribirlas, se emociona pensando
Que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel.

EDGAR ALLAN POE

Annabel Lee

Annabel Lee  fue el último poema que escribió, publicado después de su muerte, y buena parte de sus biógrafos e historiadores coinciden en señalar que lo escribió pensando en Virginia.

Hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
vivía una doncella
cuyo nombre era Annabel Lee;
y vivía esta doncella sin otro pensamiento
que amarme y ser amada por mí.

Yo era un niño, una niña ella,
en ese reino junto al mar,
pero nos queríamos con un amor que era más que amor,
yo y mi Annabel Lee,
con un amor que los serafines del cielo
nos envidiaban a ella y a mí.

Tal fue esa la razón de que hace muchos años,
en ese reino junto al mar,
soplara de pronto un viento, helando
a mi hermosa Annabel Lee.
Sus deudos de alto linaje vinieron
y se la llevaron apartándola de mí,
para encerrarla en una tumba
en ese reino junto al mar.

Los ángeles, que no eran ni con mucho tan felices en el Cielo,
nos venían envidiando a ella y a mí…
Sí: tal fue la razón (como todos saben
en ese reino junto al mar)
de que soplara un viento nocturno
congelando y matando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era mucho más fuerte
que el amor de nuestros mayores,
de muchos que eran más sabios que nosotros,
y ni los ángeles arriba en el Cielo,
ni los demonios abajo en lo hondo del mar,
pudieron jamás separar mi alma
del alma de la hermosa Annabel Lee.

Pues la luna jamás brilla sin traerme sueños
de la bella Annabel Lee;
ni las estrellas se levantan sin que yo sienta los ojos luminosos
de la bella Annabel Lee.
Así, durante toda la marea de la noche, yazgo al lado
de mi adorada -mi querida- mi vida y mi prometida,
en su tumba junto al mar,
en su tumba que se eleva a las orillas del mar.


EL TERCER PISO

Esta pequeña habitación de madera del tercer piso de la casa. Se llega por una escalera pequeña de la habitación principal en el segundo piso. La ventana de buhardilla, con vistas al frente de la casa. Los muebles que se muestra son de la época correcta. En cualquier caso, la habitación es muy atmosférica, con el límite máximo de cerca evocar un sentido de la presente clerofobia en muchos de los cuentos de Poe.

¿Sería por aquella ventana que una noche de tormenta entró el cuervo de uno de sus poemas, pájaro de ala negra al que el poeta le abrió y fue a posarse solitario sobre el pálido y plácido busto de Palas Atenea, en lo alto de la puerta de su estudio, donde pronunció su única palabra, el estribillo «Nunca más», que repitió con la más melancólica monotonía, respondiendo con esa lúgubre palabra a las preguntas de un enamorado que soñaba con su amada muerta? ¿Dónde estaban la hija predilecta de Zeus y el enigmático pájaro de ébano cuyos ojos como brasas se convirtieron en un pico hiriendo el corazón del poeta?




 

miércoles, 11 de mayo de 2011

Manuscrito hallado en una botella

Manuscrito hallado en una botella
[Cuento. Texto completo]
Edgar Allan Poe

Qui n'a plus qu'un moment à vivre
N'a plus rien à dissimuler.
Auinault - Atys

Sobre mi país y mi familia tengo poco que decir. Un trato injusto y el paso de los años me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permitió recibir una educación poco común y una inclinación contemplativa permitió que convirtiera en metódicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas alemanes; no por una desatinada admiración a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis rígidos hábitos mentales me permitían detectar sus falsedades. A menudo se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginación se me ha imputado como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento. En realidad, temo que una fuerte inclinación por la filosofía física haya teñido mi mente con un error muy común en esta época: hablo de la costumbre de referir sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de los severos límites de la verdad, dejándose llevar por el ignes fatui de la superstición. Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia increíble que debo narrar no sea considerada el desvarío de una imaginación desbocada, sino la experiencia auténtica de una mente para quien los ensueños de la fantasía han sido letra muerta y nulidad.
Después de muchos años de viajar por el extranjero, en el año 18... me embarqué en el puerto de Batavia, en la próspera y populosa isla de Java, en un crucero por el archipiélago de las islas Sonda. Iba en calidad de pasajero, sólo inducido por una especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un espíritu malévolo.
Nuestro hermoso navío, de unas cuatrocientas toneladas, había sido construido en Bombay en madera de teca de Malabar con remaches de cobre. Transportaba una carga de algodón en rama y aceite, de las islas Laquevidas. También llevábamos a bordo fibra de corteza de coco, azúcar morena de las Islas Orientales, manteca clarificada de leche de búfalo, granos de cacao y algunos cajones de opio. La carga había sido mal estibada y el barco escoraba.
Zarpamos apenas impulsados por una leve brisa, y durante muchos días permanecimos cerca de la costa oriental de Java, sin otro incidente que quebrara la monotonía de nuestro curso que el ocasional encuentro con los pequeños barquitos de dos mástiles del archipiélago al que nos dirigíamos.
Una tarde, apoyado sobre el pasamanos de la borda de popa, vi hacia el noroeste una nube muy singular y aislada. Era notable, no sólo por su color, sino por ser la primera que veíamos desde nuestra partida de Batavia. La observé con atención hasta la puesta del sol, cuando de repente se extendió hacia este y oeste, ciñendo el horizonte con una angosta franja de vapor y adquiriendo la forma de una larga línea de playa. Pronto atrajo mi atención la coloración de un tono rojo oscuro de la luna, y la extraña apariencia del mar. Éste sufría una rápida transformación y el agua parecía más transparente que de costumbre. Pese a que alcanzaba a ver claramente el fondo, al echar la sonda comprobé que el barco navegaba a quince brazas de profundidad. Entonces el aire se puso intolerablemente caluroso y cargado de exhalaciones en espiral, similares a las que surgen del hierro al rojo. A medida que fue cayendo la noche, desapareció todo vestigio de brisa y resultaba imposible concebir una calma mayor. Sobre la toldilla ardía la llama de una vela sin el más imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos, colgaba sin que se advirtiera la menor vibración. Sin embargo, el capitán dijo que no percibía indicación alguna de peligro, pero como navegábamos a la deriva en dirección a la costa, ordenó arriar las velas y echar el ancla. No apostó vigías y la tripulación, compuesta en su mayoría por malayos, se tendió deliberadamente sobre cubierta. Yo bajé... sobrecogido por un mal presentimiento. En verdad, todas las apariencias me advertían la inminencia de un simún. Transmití mis temores al capitán, pero él no prestó atención a mis palabras y se alejó sin dignarse a responderme. Sin embargo, mi inquietud me impedía dormir y alrededor de medianoche subí a cubierta. Al apoyar el pie sobre el último peldaño de la escalera de cámara me sobresaltó un ruido fuerte e intenso, semejante al producido por el giro veloz de la rueda de un molino, y antes de que pudiera averiguar su significado, percibí una vibración en el centro del barco. Instantes después se desplomó sobre nosotros un furioso mar de espuma que, pasando por sobre el puente, barrió la cubierta de proa a popa.
La extrema violencia de la ráfaga fue, en gran medida, la salvación del barco. Aunque totalmente cubierto por el agua, como sus mástiles habían volado por la borda, después de un minuto se enderezó pesadamente, salió a la superficie, y luego de vacilar algunos instantes bajo la presión de la tempestad, se enderezó por fin.
Me resultaría imposible explicar qué milagro me salvó de la destrucción. Aturdido por el choque del agua, al volver en mí me encontré estrujado entre el mástil de popa y el timón. Me puse de pie con gran dificultad y, al mirar, mareado, a mi alrededor, mi primera impresión fue que nos encontrábamos entre arrecifes, tan tremendo e inimaginable era el remolino de olas enormes y llenas de espuma en que estábamos sumidos. Instantes después oí la voz de un anciano sueco que había embarcado poco antes de que el barco zarpara. Lo llamé con todas mis fuerzas y al rato se me acercó tambaleante. No tardamos en descubrir que éramos los únicos sobrevivientes. Con excepción de nosotros, las olas acababan de barrer con todo lo que se hallaba en cubierta; el capitán y los oficiales debían haber muerto mientras dormían, porque los camarotes estaban totalmente anegados. Sin ayuda era poco lo que podíamos hacer por la seguridad del barco y nos paralizó la convicción de que no tardaríamos en zozobrar. Por cierto que el primer embate del huracán destrozó el cable del ancla, porque de no ser así nos habríamos hundido instantáneamente. Navegábamos a una velocidad tremenda, y las olas rompían sobre nosotros. El maderamen de popa estaba hecho añicos y todo el barco había sufrido gravísimas averías; pero comprobamos con júbilo que las bombas no estaban atascadas y que el lastre no parecía haberse descentrado. La primera ráfaga había amainado, y la violencia del viento ya no entrañaba gran peligro; pero la posibilidad de que cesara por completo nos aterrorizaba, convencidos de que, en medio del oleaje siguiente, sin duda, moriríamos. Pero no parecía probable que el justificado temor se convirtiera en una pronta realidad. Durante cinco días y noches completos -en los cuales nuestro único alimento consistió en una pequeña cantidad de melaza que trabajosamente logramos procurarnos en el castillo de proa- la carcasa del barco avanzó a una velocidad imposible de calcular, impulsada por sucesivas ráfagas que, sin igualar la violencia del primitivo Simún, eran más aterrorizantes que cualquier otra tempestad vivida por mí en el pasado. Con pequeñas variantes, durante los primeros cuatro días nuestro curso fue sudeste, y debimos haber costeado Nueva Holanda. Al quinto día el frío era intenso, pese a que el viento había girado un punto hacia el norte. El sol nacía con una enfermiza coloración amarillenta y trepaba apenas unos grados sobre el horizonte, sin irradiar una decidida luminosidad. No había nubes a la vista, y sin embargo el viento arreciaba y soplaba con furia despareja e irregular. Alrededor de mediodía -aproximadamente, porque sólo podíamos adivinar la hora- volvió a llamarnos la atención la apariencia del sol. No irradiaba lo que con propiedad podríamos llamar luz, sino un resplandor opaco y lúgubre, sin reflejos, como si todos sus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en el mar turgente su fuego central se apagó de modo abrupto, como por obra de un poder inexplicable. Quedó sólo reducido a un aro plateado y pálido que se sumergía de prisa en el mar insondable.
Esperamos en vano la llegada del sexto día -ese día que para mí no ha llegado y que para el sueco no llegó nunca. A partir de aquel momento quedamos sumidos en una profunda oscuridad, a tal punto que no hubiéramos podido ver un objeto a veinte pasos del barco. La noche eterna continuó envolviéndonos, ni siquiera atenuada por la fosforescencia brillante del mar a la que nos habíamos acostumbrado en los trópicos. También observamos que, aunque la tempestad continuaba rugiendo con interminable violencia, ya no conservaba su apariencia habitual de olas ni de espuma con las que antes nos envolvía. A nuestro alrededor todo era espanto, profunda oscuridad y un negro y sofocante desierto de ébano. Un terror supersticioso fue creciendo en el espíritu del viejo sueco, y mi propia alma estaba envuelta en un silencioso asombro. Abandonarnos todo intento de atender el barco, por considerarlo inútil, y nos aseguramos lo mejor posible a la base del palo de mesana, clavando con amargura la mirada en el océano inmenso. No habría manera de calcular el tiempo ni de prever nuestra posición. Sin embargo teníamos plena conciencia de haber avanzado más hacia el sur que cualquier otro navegante anterior y nos asombró no encontrar los habituales impedimentos de hielo. Mientras tanto, cada instante amenazaba con ser el último de nuestras vidas... olas enormes, como montañas se precipitaban para abatirnos. El oleaje sobrepasaba todo lo que yo hubiera imaginado, y fue un milagro que no zozobráramos instantáneamente. Mi acompañante hablaba de la liviandad de nuestro cargamento y me recordaba las excelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no podía menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melancólicamente para una muerte que, en mi opinión, nada podía demorar ya más de una hora, porque con cada nudo que el barco recorría el mar negro y tenebroso adquiría más violencia. Por momentos jadeábamos para respirar, elevados a una altura superior a la del albatros... y otras veces nos mareaba la velocidad de nuestro descenso a un infierno acuoso donde el aire se estancaba y ningún sonido turbaba el sopor del "kraken".
Nos encontrábamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando un repentino grito de mi compañero resonó horriblemente en la noche. "¡Mire, mire!" exclamó, chillando junto a mi oído, "¡Dios Todopoderoso! ¡Mire! ¡Mire!". Mientras hablaba percibí el resplandor de una luz mortecina y rojiza que recorría los costados del inmenso abismo en que nos encontrábamos, arrojando cierto brillo sobre nuestra cubierta. Al levantar la mirada, contemplé un espectáculo que me heló la sangre. A una altura tremenda, directamente encima de nosotros y al borde mismo del precipicio líquido, flotaba un gigantesco navío, de quizás cuatro mil toneladas. Pese a estar en la cresta de una ola que lo sobrepasaba más de cien veces en altura, su tamaño excedía el de cualquier barco de línea o de la compañía de Islas Orientales. Su enorme casco era de un negro profundo y sucio y no lo adornaban los acostumbrados mascarones de los navíos. Una sola hilera de cañones de bronce asomaba por los portañolas abiertas, y sus relucientes superficies reflejaban las luces de innumerables linternas de combate que se balanceaban de un lado al otro en las jarcias. Pero lo que más asombro y estupefacción nos provocó fue que en medio de ese mar sobrenatural y de ese huracán ingobernable, navegara con todas las velas desplegadas. Al verlo por primera vez sólo distinguimos su proa y poco a poco fue alzándose sobre el sombrío y horrible torbellino. Durante un momento de intenso terror se detuvo sobre el vertiginoso pináculo, como si contemplara su propia sublimidad, después se estremeció, vaciló y... se precipitó sobre nosotros.
En ese instante no sé qué repentino dominio de mí mismo surgió de mi espíritu. A los tropezones, retrocedí todo lo que pude hacia popa y allí esperé sin temor la catástrofe. Nuestro propio barco había abandonado por fin la lucha y se hundía de proa en el mar. En consecuencia, recibió el impacto de la masa descendente en la parte ya sumergida de su estructura y el resultado inevitable fue que me vi lanzado con violencia irresistible contra los obenques del barco desconocido.
En el momento en que caí, la nave viró y se escoró, y supuse que la consiguiente confusión había impedido que la tripulación reparara en mi presencia. Me dirigí sin dificultad y sin ser visto hasta la escotilla principal, que se encontraba parcialmente abierta, y pronto encontré la oportunidad de ocultarme en la bodega. No podría explicar por qué lo hice. Tal vez el principal motivo haya sido la indefinible sensación de temor que, desde el primer instante, me provocaron los tripulantes de ese navío. No estaba dispuesto a confiarme a personas que a primera vista me producían una vaga extrañeza, duda y aprensión. Por lo tanto consideré conveniente encontrar un escondite en la bodega. Lo logré moviendo una pequeña porción de la armazón, y así me aseguré un refugio conveniente entre las enormes cuadernas del buque.
Apenas había completado mi trabajo cuando el sonido de pasos en la bodega me obligó a hacer uso de él. Junto a mí escondite pasó un hombre que avanzaba con pasos débiles y andar inseguro. No alcancé a verle el rostro, pero tuve oportunidad de observar su apariencia general. Todo en él denotaba poca firmeza y una avanzada edad. Bajo el peso de los años le temblaban las rodillas, y su cuerpo parecía agobiado por una gran carga. Murmuraba en voz baja como hablando consigo mismo, pronunciaba palabras entrecortadas en un idioma que yo no comprendía y empezó a tantear una pila de instrumentos de aspecto singular y de viejas cartas de navegación que había en un rincón. Su actitud era una extraña mezcla de la terquedad de la segunda infancia y la solemne dignidad de un Dios. Por fin subió nuevamente a cubierta y no lo volví a ver.
* * *
Un sentimiento que no puedo definir se ha posesionado de mi alma; es una sensación que no admite análisis, frente a la cual las experiencias de épocas pasadas resultan inadecuadas y cuya clave, me temo, no me será ofrecida por el futuro. Para una mente como la mía, esta última consideración es una tortura. Sé que nunca, nunca, me daré por satisfecho con respecto a la naturaleza de mis conceptos. Y sin embargo no debe asombrarme que esos conceptos sean indefinidos, puesto que tienen su origen en fuentes totalmente nuevas. Un nuevo sentido... una nueva entidad se incorpora a mi alma.
* * *
Hace ya mucho tiempo que recorrí la cubierta de este barco terrible, y creo que los rayos de mi destino se están concentrando en un foco. ¡Qué hombres incomprensibles! Envueltos en meditaciones cuya especie no alcanzo a adivinar, pasan a mi lado sin percibir mi presencia. Ocultarme sería una locura, porque esta gente no quiere ver. Hace pocos minutos pasé directamente frente a los ojos del segundo oficial; no hace mucho que me aventuré a entrar a la cabina privada del capitán, donde tomé los elementos con que ahora escribo y he escrito lo anterior. De vez en cuando continuaré escribiendo este diario. Es posible que no pueda encontrar la oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero trataré de lograrlo. A último momento, introduciré el mensaje en una botella y la arrojaré al mar.
* * *
Ha ocurrido un incidente que me proporciona nuevos motivos de meditación. ¿Ocurren estas cosas por fuerza de un azar sin gobierno? Me había aventurado a cubierta donde estaba tendido, sin llamar la atención, entre una pila de flechaduras y viejas velas, en el fondo de una balandra. Mientras meditaba en lo singular de mi destino, inadvertidamente tomé un pincel mojado en brea y pinté los bordes de una vela arrastradera cuidadosamente doblada sobre un barril, a mi lado. La vela ha sido izada y las marcas irreflexivas que hice con el pincel se despliegan formando la palabra descubrimiento.
Últimamente he hecho muchas observaciones sobre la estructura del navío. Aunque bien armado, no creo que sea un barco de guerra. Sus jarcias, construcción y equipo en general, contradicen una suposición semejante. Alcanzo a percibir con facilidad lo que el navío no es, pero me temo no poder afirmar lo que es. Ignoro por qué, pero al observar su extraño modelo y la forma singular de sus mástiles, su enorme tamaño y su excesivo velamen, su proa severamente sencilla y su popa anticuada, de repente cruza por mi mente una sensación de cosas familiares y con esas sombras imprecisas del recuerdo siempre se mezcla la memoria de viejas crónicas extranjeras y de épocas remotas.
He estado estudiando el maderamen de la nave. Ha sido construida con un material que me resulta desconocido. Las características peculiares de la madera me dan la impresión de que no es apropiada para el propósito al que se la aplicara. Me refiero a su extrema porosidad, independientemente considerada de los daños ocasionados por los gusanos, que son una consecuencia de navegar por estos mares, y de la podredumbre provocada por los años. Tal vez la mía parezca una observación excesivamente insólita, pero esta madera posee todas las características del roble español, en el caso de que el roble español fuera dilatado por medios artificiales.
Al leer la frase anterior, viene a mi memoria el apotegma que un viejo lobo de mar holandés repetía siempre que alguien ponía en duda su veracidad. «Tan seguro es, como que hay un mar donde el barco mismo crece en tamaño, como el cuerpo viviente del marino."
Hace una hora tuve la osadía de mezclarme con un grupo de tripulantes. No me prestaron la menor atención y, aunque estaba parado en medio de todos ellos, parecían absolutamente ignorantes de mi presencia. Lo mismo que el primero que vi en la bodega, todos daban señales de tener una edad avanzada. Les temblaban las rodillas achacosas; la decrepitud les inclinaba los hombros; el viento estremecía sus pieles arrugadas; sus voces eran bajas, trémulas y quebradas; en sus ojos brillaba el lagrimeo de la vejez y la tempestad agitaba terriblemente sus cabellos grises. Alrededor de ellos, por toda la cubierta, yacían desparramados instrumentos matemáticos de la más pintoresca y anticuada construcción.
Hace un tiempo mencioné que había sido izada un ala del trinquete. Desde entonces, desbocado por el viento, el barco ha continuado su aterradora carrera hacia el sur, con todas las velas desplegadas desde la punta de los mástiles hasta los botalones inferiores, hundiendo a cada instante sus penoles en el más espantoso infierno de agua que pueda concebir la mente de un hombre. Acabo de abandonar la cubierta, donde me resulta imposible mantenerme en pie, pese a que la tripulación parece experimentar pocos inconvenientes. Se me antoja un milagro de milagros que nuestra enorme masa no sea definitivamente devorada por el mar. Sin duda estamos condenados a flotar indefinidamente al borde de la eternidad sin precipitamos por fin en el abismo. Remontamos olas mil veces más gigantescas que las que he visto en mi vida, por las que nos deslizamos con la facilidad de una gaviota; y las aguas colosales alzan su cabeza por sobre nosotros como demonios de las profundidades, pero como demonios limitados a la simple amenaza y a quienes les está prohibido destruir. Todo me lleva a atribuir esta continua huida del desastre a la única causa natural que puede producir ese efecto. Debo suponer que el barco navega dentro de la influencia de una corriente poderosa, o de un impetuoso mar de fondo.
He visto al capitán cara a cara, en su propia cabina, pero, tal como esperaba, no me prestó la menor atención. Aunque para un observador casual no haya en su apariencia nada que puede diferenciarlo, en más o en menos, de un hombre común, al asombro con que lo contemplé se mezcló un sentimiento de incontenible reverencia y de respeto. Tiene aproximadamente mi estatura, es decir cinco pies y ocho pulgadas. Su cuerpo es sólido y bien proporcionado, ni robusto ni particularmente notable en ningún sentido. Pero es la singularidad de la expresión que reina en su rostro... es la intensa, la maravillosa, la emocionada evidencia de una vejez tan absoluta, tan extrema, lo que excita en mi espíritu una sensación... un sentimiento inefable. Su frente, aunque poco arrugada, parece soportar el sello de una miríada de años. Sus cabellos grises son una historia del pasado, y sus ojos, aún más grises, son sibilas del futuro. El piso de la cabina estaba cubierto de extraños pliegos de papel unidos entre sí por broches de hierro y de arruinados instrumentos científicos y obsoletas cartas de navegación en desuso. Con la cabeza apoyada en las manos, el capitán contemplaba con mirada inquieta un papel que supuse sería una concesión y que, en todo caso, llevaba la firma de un monarca. Murmuraba para sí, igual que el primer tripulante a quien vi en la bodega, sílabas obstinadas de un idioma extranjero, y aunque se encontraba muy cerca de mí, su voz parecía llegar a mis oídos desde una milla de distancia.
El barco y todo su contenido está impregnado por el espíritu de la Vejez. Los tripulantes se deslizan de aquí para allá como fantasmas de siglos ya enterrados; sus miradas reflejan inquietud y ansiedad, y cuando el extraño resplandor de las linternas de combate ilumina sus dedos, siento lo que no he sentido nunca, pese a haber comerciado la vida entera en antigüedades y absorbido las sombras de columnas caídas en Baalbek, en Tadmor y en Persépolis, hasta que mi propia alma se convirtió en una ruina.
Al mirar a mi alrededor, me avergüenzan mis anteriores aprensiones. Si temblé ante la ráfaga que nos ha perseguido hasta ahora, ¿cómo no horrorizarme ante un asalto de viento y mar para definir los cuales las palabras tornado y simún resultan triviales e ineficaces? En la vecindad inmediata del navío reina la negrura de la noche eterna y un caos de agua sin espuma; pero aproximadamente a una legua a cada lado de nosotros alcanzan a verse, oscuramente y a intervalos, imponentes murallas de hielo que se alzan hacia el cielo desolado y que parecen las paredes del universo.
Como imaginaba, el barco sin duda está en una corriente; si así se puede llamar con propiedad a una marea que aullando y chillando entre las blancas paredes de hielo se precipita hacia el sur con la velocidad con que cae una catarata.
Presumo que es absolutamente imposible concebir el horror de mis sensaciones; sin embargo la curiosidad por penetrar en los misterios de estas regiones horribles predomina sobre mi desesperación y me reconciliará con las más odiosa apariencia de la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia algún conocimiento apasionante, un secreto imposible de compartir, cuyo descubrimiento lleva en sí la destrucción. Tal vez esta corriente nos conduzca hacia el mismo polo sur. Debo confesar que una suposición en apariencia tan extravagante tiene todas las probabilidades a su favor.
La tripulación recorre la cubierta con pasos inquietos y trémulos; pero en sus semblantes la ansiedad de la esperanza supera a la apatía de la desesperación.
Mientras tanto, seguimos navegando con viento de popa y como llevamos todas las velas desplegadas, por momentos el barco se eleva por sobre el mar. ¡Oh, horror de horrores! De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos círculos concéntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el ápice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los círculos se estrechan con rapidez... nos precipitamos furiosamente en la vorágine... y entre el rugir, el aullar y el atronar del océano y de la tempestad el barco trepida... ¡oh, Dios!... ¡y se hunde ...!

 

Soneto a la ciencia

Soneto a la ciencia

¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a quien no dejas en su vagar
buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se elevara con intrépida ala?

¿No has arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar abrigo en alguna feliz estrella?

¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño de verano bajo el tamarindo?


edgar allan poe 

SEGUNDO PISO

Aparecen en el segundo piso. Una serie de vídeos relacionados con la vida de Poe como autor y su muerte incluyendo varias de las botellas de coñac.

martes, 10 de mayo de 2011

A....


A ...

Las enramadas donde veo
en sueños, las más variadas
aves cantoras, son labios y son
tus musicales palabras susurradas.

Tus ojos, entronizados en el cielo,
caen al fin desesperadamente
¡oh Dios!, en mi funérea mente
como luz de estrellas sobre un velo.

Oh, tu corazón... suspiro al despertar
y duermo para soñar hasta que raya el día
en la verdad que el oro jamás podrá comprar
y en las bagatelas que sí podría.


EDGAR ALLAN POE

RECORRIDO

 
El elemento principal en la exhibición es la propia casa. Además, se exhibe una serie de piezas relacionadas con Poe, incluyendo cristalería  china pertenecientes a John Allan (padre adoptivo de Poe),
Un telescopio supuestamente usado por Poe, sextante de Poe, un viaje escritorio (o escritorio de vuelta) probablemente usó en la Universidad de Virginia

y una reproducción de color de tamaño completo del único retrato conocido de su esposa Virginia, a su muerte en 1847


Un conjunto de ilustraciones de Gustavo Doré 1884 para "El cuervo Poe"










CASA MUSEO EDGAR ALLAN POE


La pequeña casa en la calle de amistad # 203 (originalmente Nº 3 Amity) presumiblemente fue construida alrededor de 1830 para Charles Klassen. En 1832 o principios de 1833.
Descripción:
 Primer piso: salón (frente) y cocina (trasero).
Segundo piso: 2 dormitorios. Planta alta: 1 dormitorio (asignado por la mayoría de los biógrafos como sala de Poe, aunque otros creen que usó el dormitorio trasero y que Virginia utilizaba el dormitorio pequeño ático). Las escaleras para ambos pisos son muy estrechas y sinuosas, especialmente aquellos que llevan a la planta superior. La parte posterior del edificio se extendió por unos 4 metros.
Todas las paredes y techos están yeso de pelo de caballo,  Las paredes, techos y mantos son actualmente pintados blanquecinos, con todos los elementos de madera pintados marrón. Todas las habitaciones tienen desigual tablón de madera suelos, dos cubiertas con alfombras. Todas las puertas, mantos, placas base y trabajo guarnecido son de madera. Hay tres chimeneas en la casa, dos en el primer piso (cocina y sala) y uno en el segundo (dormitorio delantero). Las chimeneas en el salón y dormitorio comparten la misma chimenea.